Manfred y el Bodensee

Francisco Serrano

La luna del Bodensee me parece verdaderamente hermosa. No comparto en absoluto la teoría de Manfred de comentar que es fría e insípida. Está totalmente equivocado. Pocas veces he visto en mi vida una luna que brille tan intensamente y comunique tanto, a pesar de ser tan silenciosa. De allí el especial encanto de saber descifrar sus múltiples mensajes, que muchas veces son aparentemente contradictorios.

En el tiempo que llevo recorriendo los lagos del mundo en lunas llenas, ni siquiera el Como, el Titicaca o el Ness -con todo y su mítico monstruo- me han impactado tanto, donde además, vale resaltar que lo importante no es el lago en sí, sino su luna.

Manfred está desquiciado. Desde aquella noche en el Bodensee, en que presenciamos uno de los eventos naturales más sobrecogedores hace ya 3 años, no se ha podido recuperar. Se ha pasado el tiempo escribiendo en sus diarios en lugar de estudiar, y no he logrado hacer que abandone esa estúpida idea; cada vez se hunde más y más y resulta patético. Pero esto ya ha sido el colmo. No puedo concebir la idea de que esté generando tan mala energía a nuestro alrededor y he considerado seriamente deshacer la sociedad. Incluso se ha atrevido a publicarlo en un artículo de la Sociedad Mundial de Exploración, y sin mi consentimiento.

¿Qué culpa puede tener el Bodensee de su ilimitada paranoia, y más aún, su luna?. La luna, a diferencia de lo que puedan pensar los astrónomos, nunca es la misma en ninguna parte del mundo, y los únicos sitios en donde se puede revelar sus verdaderos secretos son los lagos. Los lagos tienen su propia luna, y cada uno de ellos atrapa una parte específica de sus misterios y la hace suya, pero cada lago guarda un solo misterio, es decir, una sola luna, única e irrepetible; algo similar a las casas del zodiaco, pero mucho más complejo y menos trivial; es como un gran coito cósmico inexplicable. Manfred está perdiendo de vista este objetivo, y habría que regresarlo a la disciplina del estudio.

Decir que ésta es fría e insípida se me hace repugnante, carente de todo valor académico y, a reserva de mejorarlo, de una total falta de gusto.

A lo largo de nuestros estudios juntos, puedo decir que el lago de Managua, por ejemplo, nos reveló que su luna es la responsable de los movimientos de las mareas y desde allí se rigen los océanos de todo el mundo, y que las aguas de Lale Khan, en las mesetas de Mongolia, es quien rige los malos augurios de los nacidos en ascendentes en días nones de meses nones.

Pero Manfred casi enloqueció cuando recibió aquella carta que hacía referencia a nuestra estancia en Tanganika, cuya luna primero lo cautivara y después se hiciera despreciar por él, como si su propia existencia se hubiera visto modificada desde entonces. Hay que decir que, por regla científica, en nuestro campo de estudio una de las premisas principales es, y debe ser, el escepticismo, sin cabida alguna para los devaneos de la interpretación. Y debo reconocer que Manfred debe haber encontrado o experimentado algún tipo de conexión entre Tanganika y Bodensee. ¡Pero eso no le exime de seguir con la empresa, por Dios!

De inicio, nos pareció maravilloso encontrar que la luna de Tanganika, además de poseer una belleza extraordinaria por su perversa redondez de color ámbar, es la única que puede torcer destinos. Cierto, cierto, lo sé... a mi también me cautivó la idea de ver si era posible hacer que los destinos se torcieran e hicimos caso omiso de las advertencias de Oyalabawa, el vigía (todo lago tiene uno), de no tirar piedras al agua. Nunca imaginamos que el simple acto de arrojar una piedra a un lago pudiera mover destinos enteros. Esa noche, ambos nos sentimos un poco decepcionados: pensamos que un conjuro o algo más complicado sería necesario, pero la respuesta de Oyalabwa fue tajante: "lo más simple a la vista siempre es lo más complicado de entender". Arrojamos los guijarros como para retar el destino y esperar fuegos artificiales o torbellinos de viento y polvo dentro del pragmatismo del que éramos partidarios, respetando los límites permisibles de nuestra propia investigación, pero no sucedió nada.

Desde que habíamos comenzado nuestras investigaciones a partir de unos códices mayas que Manfred -él es antropólogo y yo astrónomo- encontró por accidente en el Muzeum de la Plaza de San Wencelao en Praga y que nos llevaron directamente a nuestro primer descubrimiento en el lago de Texcoco, hemos visto de todo. Toda mi vida he sido de las personas que han pensado que las coincidencias no existen; todo el tiempo he procurado ser por demás escéptico con respecto a este tipo de situaciones, y Manfred también lo era, hasta que al llegar a Füssen, cerca de la ribera del Bodensee, recibió una carta de la Universidad de Auckland en la que le decían que estaban interesados en las investigaciones que había realizado sobre el lago Tanganika. Como caso antropológico, Tanganika era tema exhausto desde que Richard Leaky lo había dragado para buscar el Australopitecus, pero lo que Manfred encontró además de la carta en ese paquete fue su perdición: una fotografía de nosotros dos, fechada tres años atrás, arrojando aquellos gijarros al lago que es el corazón mismo del África. No había nadie más esa noche, salvo Oyalabwa, guerrero zulú que no necesita de una cámara para realizar sus deberes de vigía. Pero Manfred tomó esto como una profecía. Concedo que hay cosas que no se pueden explicar por medio del método científico, y que muchas veces éste es limitado; la existencia de la fotografía es una de ellas, pero no suelo detenerme a pensar en eso.

Quizá debería regresarme un poco a explicar el cómo y el cuándo de su aberrante conducta.

Llegamos a la ribera del Bodensee un 2 de marzo. Era la víspera de la luna llena y los augurios celestiales, interpretados con base en nuestras investigaciones, estaban por revelarnos que la luna de este lago era responsable del orden numérico del cosmos y de sus fuerzas. La idea de que todas las fuerzas matemáticamente medibles del universo -centrífuga, centrípeta, de gravedad, de intensidades y demás- estuvieran regidas por una luna de un lago a la mitad de Europa era algo que no podíamos concebir, y sin embargo todo apuntaba hacia allá.

Una vez domiciliados en Füssen, llevamos a cabo todos los preparativos para nuestra excursión nocturna y ubicamos a Riva, el guardián del lago, quien nos indicó el mejor lugar para observar el fenómeno. Curiosamente, la mayoría de los habitantes de los lugares aledaños a los lagos les conceden a éstos ciertos misteriosos poderes durante las noches de luna llena, que al no saber explicar, pasan a formar parte del enorme catálogo de supersticiones milenarias, que a la larga, han facilitado nuestros estudios.

El sol se puso ese día, y nos acercamos directamente al lago con nuestras cámaras -que de antemano siempre sabíamos inútiles- y los cuadernos de notas. Al llegar la luna a su cénit, exactamente a las 00:00 horas, tiempo de Alemania, nos acercamos la orilla del lago que estaba aparentemente en calma, y comenzamos a caminar hacia adentro. Según nuestros cálculos, después de los primeros diez metros, nos sería posible introducirnos de lleno al lago y permanecer en su interior por lo menos durante 5 ó 6 minutos más, tiempo que dura la luna suspendida en el eje vertical de su cenit, desde que entra en él y hasta que sale, así que había que darse prisa.

La visión fue inimaginable. Estábamos debajo de una capa de agua de 25 centímetros de profundidad que no goteaba, suspendida por encima de nuestras cabezas. Me explicaré: la atracción que ejerce la luna llena sobre el Bodensee es tal, que toda el agua del mismo se comprime hacia arriba y se concentra en la superficie, en una sola capa de este grosor, desafiando todas las leyes de la razón y la física, y dejando por debajo de este manto hipercomprimido y físicamente imposible un cuenco vacío y perfectamente seco que revela el lecho mismo del lago como un páramo deshabitado bajo una luz mortecina, como un paisaje lunar.

Ninguno de los dos podíamos articular palabra. A Manfred se le ocurrió gritar -para confirmar si existía un eco, algo muy congruente con el método científico que exigen nuestras disciplinas- y comprobó que era como si estuviese gritando en el vacío. No había eco alguno. Nuestras imágenes reflejadas en un espejo de agua completamente inmóvil y terso sobre nuestras cabezas era un sueño de dificultosa ponderación, y no fácilmente podríamos hacer caso omiso de permanecer observando las dunas y montañas escondidas debajo del agua del Bodensee, de las que intenté sacar fotografías. No había necesidad de ver más para darnos por enterados del poder de la luna de este lago y su indudable responsabilidad directa sobre el equilibrio de las fuerzas físicas de la naturaleza que rigen nuestro mundo.

El lago y su luna, maravillosa e implacable, se presentaban por si mismos a dos mortales que trascendieron el límite entre lo explicable y lo inexistente, como sugiere la ciencia en ciertos casos, en un evento de magnitudes celestiales nunca imaginadas; una demostración de poderío sobrecogedor que eriza la piel, donde dos fuerzas brutales se conjuntan desafiando incluso los preceptos divinos, en una fusión de elementos naturalmente violentos que resulta en un encuentro que casi podríamos llamar cordial.

Sonaron nuestros relojes que indicaban que era tiempo de salir de allí, señal de que la luna abandonaría el cono del cenit y el agua comenzaría a caer sobre nosotros como una masa de golpe.

Ya en la ribera de nuevo, completamente secos, escuchamos un leve tremor -que era lo que en realidad asustaba a los nativos del lugar- por debajo de la superficie y comprendimos que el agua se estaba reacomodando en sus diferentes espacios; estaba de nuevo reclamando su terreno, inundando las múltiples cavidades a su paso y desplazando al aire que por un momento nos ayudó a presenciar una escena que, por sus características, prefiero evitar el sacrilegio de profanarla intentando una inútil descripción con la pobreza de mis palabras.

Sentados sobre el césped, Manfred encendió un cigarrillo -como siempre lo hacía después de cada una de nuestras expediciones- y dio una larga bocanada; yo hice lo propio con un whiskey. Cuando miramos el reloj, eran las tres menos cuarto. Sin decir más, levantamos los aparejos de nuestra expedición relámpago, nos despedimos de Riva y nos retiramos a dormir. Allí fue donde comenzó todo.

A Manfred le esperaba la carta de la Universidad de Auckland desde el mediodía y sus únicas palabras a lo largo de un taciturno desayuno fueron:

"Esta luna es una basura. En mi vida había observado una tan insípida y fría; es casi como los alemanes".

Pensé que bromeaba, pero a lo largo del día, y desde que tomamos el avión de regreso a San Francisco y hasta llegar a nuestros destinos, solamente se limitó a contestar con monosílabos.

Algo le trastornó. Algo en la carta en referencia a nuestra expedición a Tanganika le hizo click en el cerebro y no ha podido sobreponerse. De esto ya hace tres años y ahora se le ha ocurrido la brillante idea de encerrarse con nuestros manuscritos y tratar de darle la vuelta a todo lo anteriormente establecido y acordado, para explicar su propia existencia con las casualidades producto de movimientos selenitas.

Por mi parte, decidí hacer mis propias expediciones a lo demás lagos, y me limito a enviarle las referencias de mis visitas por correo, que puntualmente compila y me envía de regreso también por el servicio postal.

Recientemente, y ceñido a mis estudios astronómicos derivados de un exhaustivo y detallado diagrama del observatorio Jantar-Mantar del Siglo XIV de Delhi, logré descifrar algo fascinante: la correlación que existe entre los lagos muertos del norte de India y sus lunas. Son lagos que, al término de las glaciaciones y sus correspondientes y violentos movimientos telúricos que dieran origen a la cordillera de los Himalaya, quedaron situados a más de 5 mil metros de altura sin afluentes que pudieran alimentar sus aguas, por lo que al cabo de los años se extinguieron, pero la fuerza de sus lunas no. Por el contrario, se incrementó considerablemente y ahora son considerados, por decirlo de alguna manera, la parte negativa del equilibrio lunar de la tierra. Así que ahora me encuentro en Kangra y en camino hacia ellos y a su misterio, y he decidido que será la última colaboración que le permitiré a Manfred junto a mi nombre. A mi regreso, le solicitaré abiertamente la disolución de nuestra sociedad y llevaré a cabo la publicación de nuestros manuscritos de los estudios realizados en nuestras expediciones anteriores, con o sin su consentimiento. En dos días después, podré continuar con la narración de los acontecimientos. Mañana es el gran día.

Rothang Pass, Valle de Kullu-Manali, Himachal Pradesh, India. Mayo 5, 1955. Viernes.

Extracto del diario del Profesor Gilbert W. Harris, encontrado en la ribera del extinto lago Kalima, norte de India, en 1965. Al lado del mismo, se encontró un agujero de circunferencia perfecta de aproximadamente 45 centímetros de radio sin fondo previsible. La zona ha sido aislada.

Asimismo, entre sus efectos personales hallados en la antigua posada de Rothang Pass, se encontró una carta dirigida al profesor, remitida por el Dr. Manfred Widmer. Después de la desaparición del Profesor Harris, se intentó contactar al Dr. Widmer sin éxito. Su casa se encuentra en cuarentena, por haberse encontrado un orificio de idénticas proporciones y propiedades al hayado en Kalima, en el sótano de la misma.

A continuación la transcripción de la carta.

Nota: el Profesor Harris nunca recibió la siguiente carta.

Palo Alto, California. Mayo 13, 1935.

Estimado Gill:

Tiempo ha que no he tomado una llamada tuya y que no has sufrido de mi compañía en las últimas expediciones, y de las cuales, dicho sea de paso, me han sorprendido tus descubrimientos. Seguramente durante estos tres años habrás estado imaginando una serie de fantasías sobre mi persona, y sobre esta especie de retiro voluntario ascético en el que me encuentro, pero quisiera prevenirte.

Aquella carta -que recibiera en Füssen durante nuestra expedición al Bodensee- de la Universidad de Auckland invitándome a participar en una ponencia sobre nuestras investigaciones en Tanganika y a la cual, como bien sabes no asistí, me abrió los ojos de tal forma que he logrado descifrar algunas cosas.

Tanganika no solamente rige los destinos de la gente: es una fuente inagotable de información y está vinculado con todos los demás lagos. De hecho, es el primero de todos los lagos vivos que nace de una falla de lo que hoy fueran los lagos extintos de Malinal, Kalima y Jiburat, en la frontera entre Tibet e India. En pocas palabras, Tanganika es el padre de todos los lagos y su luna la madre de todas las lunas; entre ambos han dado a luz y delimitado el devenir de todas las cosas existentes en el mundo. De allí el comentario que nos hiciera Oyalabwa. Pero considero pertinente comentarte lo siguiente. Según algunos estudios que he revisado, volviendo al origen de nuestras investigaciones -el Códice Maya que nos llevara a Texcoco- descubrí la siguiente anotación que quiero compartir contigo:

"En el quinto día del quinto mes de quincuagésimo quinto año del siglo número cuatro veces cinco del hombre barbado, que corresponde al año cuatro-conejo-tecatl de nuestros días, los grillos dejarán de cantar en Jibú-Makal; no habrá movimiento ni luna cuando la debía haber; los mares secos dejarán de serlo y todo será aplastado. El equilibrio ser romperá allí donde las cosas existieron; después, Nueva Era. El cosmos todo se unirá en un punto y solamente uno será testigo (palabra indescifrable) hasta la siguiente conjunción; aquel que haya osado intranquilizar a Amun-Jarif."

Varias cosas, Gill. Descubrí que la frase que se refiere a "Jibú-Makal" se refiere al complejo que forman los tres lagos Malinal, Kalima y Jiburat, de los que ya te he hablado. Por alguna extraña razón, Amun-Jarif es el nombre con el que los alemanes han traducido del zulú el nombre del guardián de Tanganika. La palabra indescifrable no he logrado dar con ella, pero me queda claro que algo tiene que ver con Bodensee.

Sé que estás molesto por mis aseveraciones con respecto a la luna de aquel lago, pero ahora sé que no estaba equivocado. Había algo más allí que nunca observamos.

Quisiera prevenirte, desde que me he enterado que has planeado una exploración para el norte de India en estos días".

Afectuosamente,

Dr. Manfred Widmer.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 06/Jul/02