Coincidencias y naufragios

Omar Piña

-No encuentro motivo para arreglarme si llevo casi la tarde completa leyendo a Henry Miller (Trópico de Cáncer. 1934. Un París sórdido y de privaciones humanas, ¡la novela más erótica de los tiempos! Cuando el mundo aún tenía motivos para asombrarse. En fin, señor Sabelotodo, tú la conocerás mejor que yo y jamás esperaré me propongas llevar a la acción del cuerpo lo que sólo dicen las palabras. Seguramente cuando te diga que la he leído, en lugar de un beso me darás las anécdotas y peripecias de Miller ante su mecenas millonario... ¿cuántos dólares pagó por cada palabra escrita? ¿No lo sabes, Camila? me preguntarás con el tono acostumbrado de tus burlas; casi adivino la silueta de lo que pudiera ser una sonrisa. ¡Si enciendes el cigarro no te lo diré! Y desistiré de fumar para escuchar tu docta conferencia: diez, cien o mil bla-bla-bla. Y claro, para no alejarnos de la costumbre interpretarás mi distracción como atención; mientras hablas sin parar yo imagino que un día te olvidas de los libros, que me tomas de la cintura y vamos a caminar y hablamos tonterías y nos preocupa el tráfico y quizá el frío de la noche, porque la tela de mi chaqueta es muy delgada. Y en fin, que por una noche somos personas normales.)

-¿Para qué me arreglo? Siempre voy a preguntarme qué caso tiene, ni encuentro un verdadero motivo para derrochar las gotas de perfume en el cuello y las muñecas. Sí, hace cuatro horas que leo y de repente enciendo un cigarrillo o voy hasta la cocina y preparo un café. ¡De alguna forma tengo que entretenerme mientras espero a que el señor se digne a llamar! Y ahora por fin timbra el teléfono...

-Hola... si leyendo -pero qué ganas de decirle que deseo verlo. Y para no variar el pequeño aplauso con que premia mis horas de lectura. - Sí, chiquito, también te quiero. Oye, hoy estrenan una pieza. ¿Vamos al teatro?

-¿Ya olvidaste que por culpa del teatro no se toma en serio a la literatura? No, no creo tener tiempo. Estoy por comenzar la traducción de un texto de Apollinaire, lo siento.

-No hay problema- digo mientras estrujo los dos boletos que conseguí. -Si yo supiera francés te ayudaba.

Le escucho las ventajas que tendría el aprender aquel idioma y palabras y mentiras y promesas que no se cumplirán... porque no me veo con él caminando por la Rue de la Mutualité, como el matrimonio perfecto, mientras yo acudo a la panadería por una baguette y al regreso, antes de tajar el queso y servir el vino, fornicamos y yo preguntándome por el libro en que él está pensando y él recitándome despacito los fragmentos de cualquier poema recién aprendido. Sus desplantes o desprecios; desde este México barroco aún con su Guadalupe Amor, Jaime Sabines y Octavio Paz, o el Sur indomable con su Julio Cortázar o su Mario Benedetti tan meloso y cruel, o la Italia prometedora con Dante, o Portugal tan añorado con Pessoa, o España entera, desde Quevedo sin olvidar a Machado para aterrizar con José Hierro y en el momento del orgasmo vendrá un fragmento de Gala. Al terminar: cada uno a sus labores; y pudiera verlo arreglándose la coleta y después el nudo de la corbata. Seguramente. Palabras y mentiras. Mierda, porque cuando la literatura es la vida se respira, no quedan las letras condenadas, petrificadas a los libros para los doctores; van, viajan, andan de boca en boca porque para eso son palabras; nuestra constancia de indomables, de buscadores de la libertad.

Enciendo el incienso y aquí sola, sórdida, soy la princesa rusa Basilisa la bella esperando al lacayo venido a más que me rescate; cada noche soy también Sherezada, madre de los narradores, diosa única, reflejo en los espejos de mi vanidad.

La pequeña Camila muerta del aburrimiento. Camila haciendo de cuenta que nada pasa y que la diversión, como él dice: <<vendrá después, primero debemos prepararnos>> y yo leyendo como una desesperada para no sentirme menos; para evitar a toda costa la ignorancia y no entender una sola de sus palabras en cualquiera de sus pláticas. "Camila ad infinitum. La noche se confunde con la neblina y nos hace despistados; la madrugada llega entre aromas de té de canela y espasmos, pero tú no estás aquí", fueron las líneas con que me enamoró, desde su primera carta. Y de aquel tiempo a éste sólo tengo dos cartas, porque en adelante él ha supuesto que sólo por sus charlas lo conozco y no hay más necesidad de escribir nada.

¿Y quién está realmente a gusto con lo que tiene? A muy pocas nos han preguntado, pero ya casi ni interesa. Hoy, por ejemplo, ¿para qué sigo con la necedad de arreglarme? O que vengan las monjas que me dieron las clases en el colegio a decirme sobre lo malo que es morderse las uñas o escarbarme la nariz. Ya sé que son manías, hábitos que no van con la señorita de veinte años y talle largo y ojos despreocupados. ¡Dios!

Cuánto me fastidia. Pero tengo dependencia a su persona, a no encontrarme tan sola. Quiero sentirme acompañada, aunque sea por los momentos en que tarda cualquiera de sus llamadas telefónicas. Y el teléfono timbra de nueva cuenta, ¿acaso olvidó citarme la página imprescindible para comprender el mensaje definitivo de Trópico de Cáncer?

-¿Bueno?

-¿Camila?

-Hola Carlos, ¿cómo estás?

-Bien, gracias. A propósito, me pregunto si tienes ganas de ir al estreno de la obra.

-Si me dices que tienes dos pases, te respondo que en media hora nos vemos a la entrada del teatro.

-¿En serio?

-Por supuesto.

Cuelgo la bocina y quisiera escuchar, antes de batallar con elegir las medias y las zapatillas, un réquiem (tal vez el de Mozart sea el indicado) para acompañar la traducción que comienza el señor Sabelotodo... Pendejo, mete las narices en tus libros, que antes de la llamada, a punto estaba de derramar una lágrima.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 23/Dic/04
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