La nave del olvido

Fernando C. Pérez Cárdenas

...que estás en el cielo, santificado sea tu nooo...ooouuuuoooo...auauu...clic, ploc, pluc. STOP. REWIND. PLAY. Padre nuestro que estás en el cielouuuuuu... gggggggg... FAST FORWARD. Gggggggg. Sacas el casete y lo arrojas al otro extremo del cuarto. Estás tirado boca abajo sobre la cama. Exhausto. Terrible noche de un día interminable. Y mañana pudiera ser peor. Por eso necesitas la grabación. Requieres de la mano de Dios. Pero la cinta magnética parece arruinada. Y has olvidado cómo rezar. Aunque has escuchado el padrenuestro todas las noches por los últimos quince años, en tu propia voz, tal parece que siempre lo has hecho sin prestar atención porque no recuerdas qué sigue... Mientras, las tinieblas de los sueños invaden tu mente y te arrastran hacia un mundo imposible. Imposible porque ahí todo es posible. Puedes volar como papalote. Matar a tu peor enemigo. Fornicar con la mujer que más desees. Una y otra vez. Más, más, ¡más! Y no es pecado. Todo se vale: hasta visitar el ayer. Cuando mamá te acariciaba la frente para que durmieras bien... sí, sí, seguía lo del santificado nombre; lo del reino; eso de que no hay que caer en el pecado... Ella te lo enseñó. Ahora llega tu padre. Él habla tranquilo, sonriente: pos mire, m’hijo, pa’ mí todo eso son puras pendejadas; puntadas de la familia de su madre: ya ve, su tío Eusebio resultó curita. En cambio, acá de mi lado todos salimos machos: su abuelo Raúl mató a quién sabe cuántos cristeros... Entre las grisáceas nubes distingues a un tipo ensangrentado, tirado en la hierba húmeda, quien levantando con su mano derecha un crucifijo le grita al abuelo: ¡Maldito seas, asesino, muy caro la pagarán tú y tu descendencia!... Y luego la neblina se hace roja... Papá ríe de nuevo. Esta vez recarga su mano en tu hombro: ¡Me saliste más cabrón que bonito! ¡Sólo a ti se te ocurre grabar tus rezos! ¡Aparte de mocho resultaste huevón! Pero en el fondo tiene sentido tu ocurrencia: si siempre has de repetir la misma letanía, ¿por qué no grabarla? Ah, muchacho del demonio... aquí en la Tierra como en el Cielo... danos el pan... Quien habla es tu padre... pide el pan de cada día... se arrodilla... líbranos de todo mal... Papá casi llora cuando ruega que no lo dejen caer en tentación de pecar... calla y se cubre el rostro con sus manos grandes... silencio... se descubre y suelta una de sus risotadas, que sale de su boca como humo negro... ¿Qué dijeron? ¡Este corderito arrepentido ya se convirtió! ¡Me los vacilé! Y en su semblante aparece la felicidad interna que produce el brandy. Sus facciones se alteran ligeramente y su cara se convierte en la de su hermano. Ahora el tío Alfonso juguetea con sus hijos pequeños: pretende ser un enorme monstruo que tritura a sus víctimas. Él abraza a tus primos, quienes patalean muertos de risa y después brincan en el sofá de la sala de la casa donde vivías hace más de veintes años. Te diriges a las recámaras. Abres una puerta y descubres una habitación vacía; la otra es un cuarto que contiene en su interior una estación de autobuses, llena de gente. Caminas entre la multitud que apesta a sudor. Pero es más penetrante el olor sanguíneo de la neblina roja, que se empieza a poner pegajosa. Y ahí ves de nuevo al tipo ensangrentado: en esta ocasión es un mendigo sentado en el suelo. Caminas hacia él con tranquilidad y pateas su cara arrugada. Lo odias. Corres hacia la calle. Te pierdes en los sucios callejones, donde recoges una puta de piernas gordas y con minifalda. Cuando estás sobre ella, estudias sus labios de rojo artificial, sus párpados pintados de morado, esas falsas pestañas largas. La penetras con movimientos rápidos y a veces violentos, mientras ella mira con desinterés la pared... Sí, no hay duda: ella es el mismo ser que el mendigo... el tipo ensangrentado... está en todas partes... No es que te persiga; simplemente el mundo le pertenece. Y es la dueña de tus sueños. Amén. ¡Tienes que despertar antes de que se te olvide! ¡No sabes cómo le hiciste pero has arribado al amén! Lucharás contra tu cansancio para volver a la realidad.

Por fin llegas. Brincas de la cama y buscas otro casete. Cubres con cinta adhesiva ese orificio para así poder grabar encima de las canciones de "Los 20 Éxitos de José José". Introduces la cinta en la grabadora. Repasas las palabras en tu mente antes de oprimir PLAY-RECORD. Decides abrir antes la ventana porque la atmósfera de tu recámara huele a las secreciones de la prostituta obesa, al mendigo, a la sangre del baleado, a tu miedo. El viento de la noche mueve con suavidad las cortinas. Y trae consigo la voz distante de una vecina. Asomas la cabeza para indagar acerca del origen de esas frases incomprensibles. Parecen provenir del edificio de enfrente. Sí, de una ventana cerrada, a oscuras. Escucha con más detenimiento y te darás cuenta de que esa voz de mujer invoca al Diablo. Ven a mí, señor de las tinieblas... No podrás apartar tu mirada de aquella vivienda. Ni siquiera cuando al otro lado del cristal distingas la cara sonriente de una vieja de largo cabello blanco que te sonreirá. Considérate atrapado. Como por arte de magia, a tus espaldas escucharás que aún la nave del olvido no ha partido.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 03/Jul/04