Él

Rodrigo Visuet

Él lleva más de una hora sentado. Las ruedas no paran. Sus manos dirigen hacia dónde va la mirada. Avanza, cambia de rumbo. Aire, ruido, silencio, risas, gritos, luz.

Él lleva la mirada pérdida, una parte de sí mismo se obstina en sólo ver hacia adentro.

En sus ojos sólo habita la nada, en su boca calla el viento.

Él tiene ganas de que las ruedas se detengan, Él siente el impulso de salir brincando, de correr por el camino, de abandonar el vehículo, de ponchar las llantas y nunca volver a rodar.

Las cuatro ruedas avanzan, Él voltea hacia arriba, todo es azul. Todo, hasta que la luz rompe el color.

Él sigue continúa por el camino, sus pensamientos se quedan en la carretera.

 

Él toma el volante, baja la ventana, prende un cigarro. Él sujeta un mapa, lo analiza. Tres rutas lo han de llevar a un solo sitio, tres rutas marcan un camino, escoge el camino central, es el más largo, es el menos recto. Él mira y en el horizonte sólo tiene dos carriles delimitados por una línea interminable. Él intenta encender la radio, no hay respuesta.

Un pueblo se asoma a lo lejos, entre el desierto hay algunos que resisten, hay algunos que nunca abandonaran su cuna, hay algunos que nunca dejaran sus tierras. Al final del camino se abre una brecha, el vehículo se interna entre una comunidad que parece la antigua locación de alguna película western. Él busca con ansia cualquier señal de líquido. Tras cincuenta minutos y dar tres vueltas al pequeño lugar, Él decide retomar la carretera. Al salir, intenta traer un recuerdo a través del retrovisor. Voltea y se sorprende al ver nada. El pueblo ya no estaba ahí, era como si un remolino se lo hubiera llevado tras girar el volante. Él baja del auto, regresa a pie, no hay nada. No hay más que las marcas de cuatro ruedas.

Él sigue el recorrido de las marcas, camina, camina, camina.

Él se ha perdido.

Él corre detrás del viento. Las marcas del auto se han borrado. Él escucha el eco del relinche de unos caballos, pone mucha atención. Voltea hacia arriba, todo es azul, todo hasta que la luz le ciega. Él corre, siente que todas las direcciones pueden ser un buen camino, sabe que lo único que tiene que lograr es salir de ningún lugar y estará a salvo.

El aire cobra fuerza, la sierra suelta la arena. La tierra se desprende del suelo, los inexistentes caballos relinchan, corren, un remolino sale de la colina que espera la partida del sol. Un remolino se aproxima, Él no lo ha visto, sólo escucha que el viento se acerca con fuerza y, en realidad, no hay algún motivo para voltear, aunque no se sepa cual es el verdadero camino.

Él siente que no está yendo hacia alguna parte, sólo desea encontrar su auto, pero no sabe cuánto se alejo, no sabe cuantos giros ha dado, no sabe si es hacia el norte o al sur, no sabe si tomó el este o el oeste. Él decide sentarse, tratar de acomodar cada uno de los pasos que dio al regresar. Toma sus manos, los pulgares empiezan a forcejear, cierra los ojos, sus dedos piden tregua, no las da.

Cinco ladridos de perro, uno tras otro, algunos largos otros cortos. La noche ha llegado, es la hora de buscar la salida, es la hora de abandonar cualquier lugar, es la hora de mover las piernas, de orientarse, de buscar un camino, una luz, un olor, un sonido.

Cinco ladridos de perro salen de la noche. Cinco ladridos de perros salen tras los cuerpos de cinco perros, Él se ha dado cuenta que los canes se acercan y no bromean al momento de avanzar. Él corre a buscar un palo. A Él lo rodean cinco animales, Él suda, por su frente se quiebra el sudor, por sus párpados la tensión está a punto de explotar. Cree que los animales se irán si es indiferente, si no muestra miedo, si los desaparece de su mente.

El primero de los cinco perros se avienta a su pie, Él siente que será mordido, cierra los ojos y al apretar los dientes, escucha un chiflido, no uno cualquiera, un chiflido que retumba en todos los magueyes, un chiflido que rebota en cada una de las espinas de los cactus. Un perro se detiene, se echa al suelo, mete su cabeza entre las patas. Los otros se han ido, los chiflidos los han desaparecido..

Un hombre se acerca, lleva los pantalones roídos por el polvo, por el tiempo, por el sol, por el sudor. Huaraches que revelan el transcurrir de tiempo en sus venas. Un bastón construido por sí mismo, un sarape, un sombrero. El viejo toma la mano de Él, le pide disculpas por la reacción de su perro.

-Pero entiéndalo joven, por acá harta gente trae a enterrar a sus muertitos. Los perros creen que cualquier olor humano es olor de chacal.

El viejo camina y da por hecho que Él lo seguirá.

El camino se abre entre la sierra, Él cree que sí había un pueblo, que sí estuvo en algún lugar y que el viejo ahí lo llevaría. El viejo entierra la vista en el cielo. Mira las estrellas

-Híjoles joven, pensé que no llegaría, pero no pudo ser ayer ni mañana, está es la noche.

Él no tenía idea de lo que le estaban hablando y cuando quiere preguntar algo, antes de que estructurara su pregunta el viejo le gana la voz

-No mi joven, ni una pregunta, sólo piense en usted mismo. Hoy tendrá que encontrarse.

El jacal del viejo apareció detrás de un riachuelo.

Entraron.

-Tápese, va a hacer frío y quién sabe cuál será su suerte.

El viejito le pidió mucha atención:

-Mire joven, yo no sé por qué, pero usted está aquí y quién sabe a dónde vaya a parar. Tiene que salir por una de las puertas, tenga mucha paciencia, sólo una puerta se abrirá para usted y será la que elija.

-¿Puertas? aquí sólo hay una puerta y es por la que entramos.

-Eso es porque sus ojos no le dejan ver las verdaderas puertas. Tiene usted razón, sólo hay una puerta, pero, para usted sólo hay una puerta porque sólo conoce las de ése tipo. En esta casita todo lo que está adentro son puertas. Algunas van al pasado, otras al futuro, una lo llevará por sus miedos, otra por sus rencores. Si elige la buena lo llevará a usted mismo, sólo le voy a dar un consejo, si siente mucho miedo es mejor que se enfrente a esa puerta, van varios que no los he vuelto a ver por meterse por donde no sienten feo.

-¿Y si aquí todas son puertas, cómo le hace para salir?

-Yo nunca he salido, porque tampoco he entrado. Yo no tengo miedos, ni vidas. Mi pasado ya se me olvidó y estoy muy viejo para pensar en el futuro. Yo intento llegar a cualquier lugar a cualquier hora, si es uno que quería me alegro, si llego a un mal lugar, me aguanto. Pero es hora de decidir, el tiempo no espera a nuestras decisiones.

Él se sentó, su cara mostraba incertidumbre, sorpresa, ansia, sabía que quería ver su pasado, sabía que tenía miedos, pero no tenía muy claro de porqué estaba ahí, porqué se perdió, cómo es que tantas preguntas no tienen una sola respuesta.

El viejito le dio un té, le dijo que se lo tomara, que poquito a poco se iba a calmar, que era un té para los nervios, que su padre se lo daba desde chiquito, que era muy bueno y al terminarlo la decisión sería más fácil de tomar.

Él bebió poco a poco la infusión. Al terminarla su cuerpo en verdad que estaba más relajado, sus manos las sentía mucho más ligeras. El aire que entraba por una de las ventanas se acomodaba entre la habitación ventilando sus pensamientos. Él buscó al viejito pero éste ya había salido del lugar. Miró su reloj y se sorprendió al ver que las manecillas habían desaparecido. Podría ser cualquier hora. Podría estar por amanecer o quizá la madrugada estaría en la mitad del cielo.

Se levantó, pero sus pies ya no eran los mismos, ahora eran mucho más ligeros, mucho más suyos. En el rincón del cuarto había un espejo muy pequeño, se acercó, miró a través del reflejo y se veía a sí mismo pero no en un cuarto común y corriente, se encontraba en medio de un espacio que no sabía como nombrarlo, que no sabía como pensarlo, porque, nunca lo había imaginado. Al regresar la mirada, fuera del espejo, se encontró con el mismo cuarto. No tenía caso regresar al espejo, era la hora de tomar un camino.

Miró al piso, encontró sus huellas. Las siguió. Sus pisadas se dividían, ambas llegaban a dos puertas por las que Él estaba seguro de haber entrado. Él se sentó, intentó separar su cuerpo en dos, quería que su mente se fuera por una puerta y su cuerpo cruzara la otra. Tras un rato prolongado se dio cuenta de que no podría hacerlo y se fue por la puerta de la derecha. La abrió. Se alegró al ver que era el mismo lugar por el que había ingresado, sólo tenía que seguir por todo el camino que el viejo ocupaba día a día para encontrar a alguna persona cuerda y zafarlo completamente de la realidad.

Caminó veinte metros a lo mucho cuando se dio cuenta de que estaba en un gran cuarto, de que no estaba en el camino a su auto. Estaba en un cuarto infinitamente alto, infinitamente largo pero no había salido de la casa. Volteó y se dio cuenta de que la casa ya no estaba, la casita del viejo había desaparecido. Giró analizando el espacio donde se encontraba, estaba atascado en un lugar donde todo era igual: árboles, magueyes, cactus, arena, pasto disperso, piedras y todo en la misma cantidad en cualquier dirección.

Él pensó que si todo era igual no importaría la dirección, podía tomar la izquierda, podía tomar la derecha, llegaría a un mismo punto. Dio media vuelta y caminó en la dirección contraria. Caminó por cinco minutos en línea recta, el paisaje no cambiaba: todos los árboles eran el mismo, todas las piedras tenían la misma forma amorfa. Cambió el rumbo, giró a la derecha. Caminó más a prisa, corrió, sudó, se desesperó. Se sentó a contemplar la luna que estaba por despedirse.

Cerró los ojos y los abrió. Se encontró a sí mismo. Era un cuerpo idéntico al suyo, las mismas botas, el mismo pantalón de mezclilla, la misma chamarra de cuero. La misma playera blanca. Él se acercó a Él, le brindó la mano para que se levantara. Ambos se analizaron.

-Tienes miedo y por eso no puedes salir.

-Si tu estás aquí es porque también tienes miedo.

-No, es falso, si estoy aquí es porque tu quieres que estemos.

-Ayúdame a salir. Entra en mi lugar.

-No podemos unirnos, nos separaste hace un rato, tú saliste por una puerta y yo por la otra, así lo decidiste, pero ambas puertas son siempre la misma, no importa cuantas veces quieras cambiar la dirección cuando el camino ya está marcado.

-Es hora de que me integres a tu mente. Tú eres mi cuerpo. Yo soy tu mente. Tú eres mi mente, yo soy tu cuerpo. Ambos somos nosotros. Nosotros seremos y no podemos quedarnos estancados.

Ellos caminaron, decidían que camino tomar.

Ellos caminaron hasta que voltearon hacia arriba y todo era azul. Sus miradas se perdieron en el azul hasta que la luz les hizo cerrar los ojos.

 

Él lleva más de una hora sentado. Las ruedas no paran. Sus manos dirigen hacia dónde va su mirada. Avanza, cambia de rumbo. Aire, ruido, silencio, risas, gritos, luz.

Él lleva su mirada pérdida, una parte de sí mismo se obstina en sólo ver hacia adentro.

Él toma con sus manos la silla de ruedas, el vehículo avanza, cambia de rumbo, llega al final del pasillo, sus ojos llegan a un cuarto, todo es azul hacía adelante, el camino es azul, hacia la derecha el camino es azul, hacia la izquierda el camino es azul. Él toma las llantas con sus manos llenas de irá, sabe que está en un cuarto y que cualquier cosa es una puerta. Tiene la certeza de que las paredes son puertas que los demás no podemos percibir. Toma impulso, su velocidad está llena de fantasía, y aunque ha hecho un gran intento se estrella en la pared. Un fuerte grito sale de las cuerdas vocales, las enfermeras corren y Él es atado una vez más a su cama. Él cierra los ojos, está tranquilo pues sabe que en cualquier parte hay una puerta para escapar.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 07/Jul/05
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