Ternura familiar
Ignacio Trejo Fuentes
A la muerte de la señora la mansión parecía cada vez más grande. Si antes sus cinco habitantes se bastaban para atender las catorce habitaciones, las salas, la cocina, los comedores, los jardines, los amplios patios... para dar la impresión de que era un espacio vivo pese a la ausencia permanente de visitantes o de amigos; ahora el viudo, la huérfana y el matrimonio de sirvientes sentían ahogarse en tanta amplitud, en un como océano frío y sin límites, e iban de arriba abajo ocupado cada quien en sus cosas, que no eran sino máscaras para esconder su inercia.
El viudo se enfrascaba en asuntos de contabilidad encerrado en la biblioteca; la huérfana jugaba absurdos juegos, como hacer y deshacer una y otra vez su ejército de muñecas de trapo; los sirvientes pulían los pisos y los muebles hasta casi borrarlos, y podaban el césped y cuidaban las flores con rabiosa ansiedad.
Casi no hablaban entre sí, excepto para darse alguna indicación, para avisar que el desayuno o la comida o la cena estaban listos (padre e hija comían en una mesa enorme, silentes y apagados; los sirvientes en la cocina), y luego volvían a envolverse en el pesado sopor del silencio.
Nadie -incluso cuando vivía la señora- visitaba la casa, con excepción del par de contadores que reportaban ganancias cuantiosas de los ranchos donde había ganado y hortalizas, y quienes también se hacían cargo de arreglar los asuntos domésticos como el pago de agua, luz, predial. En ocasiones aparecían dos peluqueros -hombre y mujer- que se encargaban de engalanar a la familia y sus empleados, y se iban silenciosos, furtivos, como si no existieran. Nadie más.
Los encuentros del viudo y la sirvienta se dieron seguramente en medio de circunstancias anodinas, es decir: la petición de él y la obsecuencia de ella. El de la huérfana y su sirviente tuvieron otro aire: fue ella quien se metió al baño donde él se aseaba, y sin hablar, como siguiendo un guión claro y preciso, empezaron a acariciarse hasta rodar trenzados por el suelo. A su edad -catorce años- la niña se convirtió muy pronto en amante insaciable, y se encontraba con su hombre en los rincones más insospechados de la mansión, recorrían cuarto por cuarto, patio por patio y jardín por jardín sin el temor de ser sorprendidos por el viudo y su amante, la sirvienta.
Los resultados de ese cuadrángulo sexual tuvieron consecuencias exactas; las dos mujeres debieron confesar -era ya inocultable- su embarazo, y sus parejas no pusieron el grito en el cielo, nadie hizo aspavientos ni rabietas: el viudo aceptó que su hija tuviera al que sería su nieto, y el criado concedió que su mujer pariera.
La criada se ocupó del cuidado de los pequeños cuando estos nacieron, en tanto su marido seguía atendiendo la casa, los patios, los jardines; el viudo se encerraba revisando facturas, notas, números; y la huérfana compartía con los pequeños absurdos juegos con muñecas de trapo.
Transcurrió casi un año en esas condiciones, hasta que el viudo determinó, tajante, que el matrimonio de sirvientes debía dejar la casa. No hubo objeciones y se fueron. Desde entonces, el viudo-padre-abuelo se encargó de cuidar a la hija y al nieto, hacia traer la comida, ropa, juguetes... para que ellos vivieran cómodos y felices; ayudaba a la chica a bañar al pequeño, y se olvidó por completo de sus asuntos mercantiles.
(La casa se fue deteriorando irremediablemente, el polvo y el descuido se apoderaron de ella, y lo que había sido tan sólo un frío océano se convirtió en una inmensa tumba.)
Justo cuando el pequeño iba a cumplir tres años, la madre anunció:
-Padre, estoy embarazada y me parece conveniente contratar sirvientes para que nos ayuden con la casa y los niños.
-Tienes razón -convino él- y me parece justo y lógico que regresen los que antes estaban. Iré a buscarlos y haré que vuelvan.
Como había ocurrido con los dos primeros nacimientos, asistí a la madre en su segundo parto en mi papel de médico (por esta condición me agregué a las visitas que hacían los administradores, los peluqueros: debía cuidar la salud de la familia). Para entonces el matrimonio de sirvientes había regresado y la enorme casona empezaba a recobrar su antiguo aspecto.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 28/May/02