Vislumbres virtuales de la Ciudad de México 1
Fernando Montesdeoca
El impecable conductor del vehículo abandonó la retícula de vuelo programado por donde circulaban los aéreos y operó manualmente para acercarse a la Torre Latinoamericana.
Abajo de ellos se extendían hectáreas de puestos de vendedores ambulantes por las calles y las plazas.
-¿Tiene código de acceso? -preguntó el conductor estacionándose en el aire junto a la Torre.
-¿Código de acceso? No.
-Entonces no podemos acoplar. Mire -le dijo señalando la solicitud de acceso que aparecía en pantalla.
Jonpedro (No Yonpedro, sino Jon, con jota) le pidió al conductor que solicitara un comando de excepción, pero la única respuesta fue el impaciente conteo de tolerancia de 30 segundos para alejarse antes de ser pulverizados por el sistema automático de seguridad.
Intentaron bajar sobre la azotea de otros dos edificios pero sus habitantes lo impidieron.
El conductor desconocía los puntos estratégicos para descender en esa zona. El Sistema tampoco ofrecía información al respecto. Como había Pacto de Solidaridad, cada 5 minutos de alquiler del aéreo nada más le costaban el equivalente a una semana de items de su salario. No podía pagar más tiempo. Mientras se alejaban del lugar dirigió la vista hacia el inmenso mosaico de colores de las mantas de gelafilm tensado que cubrían los puestos ambulantes.
La manera más fácil de llegar por tierra a la Torre era a través del Eje Central tomándolo desde su inicio, a la altura del Circuito Interior, justo en donde había una compuerta en esa especie de kilométrica muralla china de plastocreto, construida para contener el avance de los ambulantes.
Entre el pandemónium y el escándalo de la intrincada red de laberinto de los puestos, que a veces cambiaban tumultuosamente su disposición de un momento a otro, Jonpedro invirtió algunas horas para llegar a las cercanías de la Torre. Cenó unos tacos de alimento polimerizado para no arriesgarse y alquiló un espacio para dormir bajo el mostrador de un puesto.
Al día siguiente le informaron que la Torre había estado cerrada por años. No: por décadas.
-¿Por años? Es un archivo de impresos -les dijo.
-Ah, el papel -le contestaron-. No, ya no hay papel ahí.
-Necesito los datos de un impreso. El Sistema perdió mi registro.
La Torre, forrada de blindaje donde antes tuvo vidrio, parecía más cercana de lo que en realidad estaba. Sonrieron considerando su ingenuidad:
-No. No hay nada ahí. Está cerrada y vacía.
Le explicaron por qué: los ambulantes habían ido sacando el papel para pulverizarlo y reutilizarlo; un químico desarrolló el proceso para derivar una droga del polvo del papel de los archivos: el burocrack. En la calle le llamaban "burro". Entre los vendedores Jonpedro consiguió un simulador de identidad y dos glóbulos de burro, de color gris pálido.
El burro dejaba la mente dulcemente en blanco o hacía desfilar, como en un sueño minucioso, interminables listas de números y datos azarosos que alimentaban el viaje del usuario, como si la droga hubiera conservado una memoria incidental de la materia de archivos de donde procedía. Jonpedro se tomó uno de esos glóbulos. Cuando regresó del viaje estaba solo en su casa y llevaba tres días sentado frente al video de noticieros sin darse cuenta de nada. Canceló el volumen, comió algo y luego se fue a dormir sintiéndose ligero e inexistente con su identidad borrada del Sistema.
* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 02/Feb/02