Virtuales de la Ciudad de México 2

Fernando Montesdeoca

Josemanuel Rosa había llegado como recluso a la enorme zona urbana de los vendedores ambulantes entre cuya fauna flotante de comerciantes, marchantes, manufactureros, subempleados, desempleados, vagos drogodependientes o erotodependientes, realistas virtuales, traficantes de todo tipo y demás, había también -como el mismo Rosa- una población flotante de reclusos cumpliendo una condena, pagando un descuido del Sistema -o la mala leche de los policiales-, pero que pasaban, de cualquier manera, desapercibidos. Estaban bien integrados al medio; o mejor dicho, ése era su medio perfecto. Su entrada y salida estaba controlada a lo largo de la extensísima muralla de plastocreto que rodeaba al Centro, conocido antes como el D.F.

Rosa ocupaba su tiempo como ambulante sin puesto. Llevaba encima su mercancía de puras chácharas piratas: chips de enlaces de funciones, de aromas, de orgasmos, de toda la gama de aceleradores de sensaciones-ciber, siempre con el riesgo de la chafez que a veces provocaba resultados tan inesperados como una diarrea fulminante ocurrida durante el vértigo de una caída libre virtual de quinientos metros, pero no siempre era así y las producciones pirata podían funcionar hasta mejor que las originales. Rosa, a quien le decían el "elefante", pues era un gordo monumental, usaba un chaleco rígido de varios centímetros de espesor que le daba el aspecto de un cyborg y que estaba cuadriculado por varias compuertas, en cada una de las cuales aparecía el holograma publicitario de su contenido y del precio en items.

Aparte de estas cosas vendía estimulantes blandos. Como era un necio de tiempo completo se conectó también para trabajar con productos duros, los cuales se negociaban solamente con dólares en efectivo, que era el único dinero disponible, ya que el del país dejó de tener valor desde mucho tiempo atrás. La posesión de dinero era un delito mayor. De todos modos las finanzas de Rosa, el elefante, eran moderadas; no por ello estaba a salvo de sospechas fiscales. Por eso aquella tarde, al llegar al edificio semihundido en que vivía, frente al lugar en donde estuvo la Alameda Central, sintió que le movían el piso al ver al tipo calvo cerca de la entrada.

-¿Elefante Rosa? -preguntó el calvo.

-Cof -tosió el elefante para no hacerla de tos: si el tipo era un agente policial no venía solo.

-Queremos comprarte algo de dinero -le dijo.

-¿Por qué a mí? Yo no uso dinero -contestó el elefante soltando un suspiro de estertor-.

¿Cuántos hay arriba? -agregó ásperamente al mismo tiempo que alcanzaba a ver a alguien asomado desde la ventana de su departamento. No dudó más: le clavó un codazo al calvo que giró en redondo con la cabeza quebrada como una lámina de acrílico: era un androide de los más baratos. Rosa iba a hundirse en la marea de puestos y ambulantes pero otros cuatro tipos le cortaron el escape. Saltó al interior del edificio pero ahí lo interceptaron los de arriba que venían atropellándose por la escalera.

-Entra -le dijeron frente a la puerta de su departamento-. No seas idiota, no te va a pasar nada.

Abajo los demás bloquearon la entrada y entretuvieron a los curiosos con un discurso, cosa adormecedora, pero incapaz de convencer.

-Yo no tengo dinero -les volvió a decir.

-No importa, tú lo vas a conectar.

-¿Yo? ¿Por qué?

-Porque sabemos de todos tus trafiques, pero nos vamos a callar, ¿ves?

-(...)

-Y también porque nos dijeron que tú podías, ¿ya?

-No, pero ¿y cómo?

-El androide de la entrada tiene la información.

-¿El androide? Creo que está roto.

-Sí, lo vas a tener que reparar.

Los tipos de abajo dieron por terminado su discurso y subieron a la azotea, donde los otros ya los esperaban. El zumbido de su aéreo se elevó en el aire. El elefante Rosa bajó por el androide antes de que lo desmantelaran los ambulantes. El vehículo siguió subiendo con sus luces parpadeantes rojas, que se apagaron al llegar a la retícula de vuelo programado; se encendió su luz reglamentaria y se alejó rápidamente. Más arriba, los puntos silenciosos de otros aéreos se cruzaban en el aire.


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* Derechos de autor del autor. Publicado en Ficticia con permiso del autor, el: 02/Feb/02