Editorial Abril del 2000
Se habla de Ficticia, una ciudad invisible en Internet.
Se cuenta que ahí se narran historias. Pero, si hay autores, voces, mapas, índices, reconocimientos, ¿en qué radica su invisibilidad? En que una cosa es contar y otra decir. Y entre ambos polos, en una fina sustancia no siempre perceptible, y no perceptible para todos, como la Atlántida o la vestimenta del rey desnudo del cuento, emerge este paraíso.
Todo lo que se cuenta es forma, todo lo que se dice es fondo. Sin fondo, el trasfondo es escenografía, moldes perecederos que, tras una larga o corta temporada, el soplo del tiempo la convierte en recuerdo, pieza, las más de las veces, cubierta por otra escenografía.
Sin embargo, cuando el fondo es recubierto por forma, tal es el caso de la literatura, las ciudades, cierto, también se pueden transformar en ruinas, aunque también es cierto que en esas piedras emanará por siempre, cual aliento invisible, un tipo de historias sin principio ni fin.
Así, desde que el mundo es mundo y la humanidad empezó a darle un nombre a las cosas, ¿quiénes fueron los primeros en hacer visible el mundo invisible? Los poetas…
Entonces, ¿por qué se les prohibe la entrada a Ficticia? Porque los falsos son muchos, y para los que vienen de regreso no hay prohibición que valga, y ellos mejor que nadie saben que una sociedad de poetas es imposible, pues el mismo Platón, conocedor de los secretos de la poesía, el amor y la belleza culmina su vida negando las artes y censurando, en nombre de verdades inmutables, los principios elementales de la filosofía.
Ficticia, empero, no trata de emular a Platón (el Dios cristiano, consecuencia conceptual del plato u neoplatonismo, nos libre de ello), pues aquí al no creer en la inamovilidad del Ser, ni siquiera en el propio Ser, sino en la invisibilidad sugerente, imaginativa, inteligente, que agudiza los sentidos, niega en principio para invitar, transgredir, confrontar desde el escepticismo voluntades libres.
Así se construye la invisible, virtual, pequeña o grande Ficticia, y cada ficticiano, día a día y cada vez que es abierto nuestro Portal, cuenta y dice lo propio, y de tales extremos, de pronto y gracias a la magia de la palabra, se hacen visibles ángeles, demonios y fantasmas que le dan sustento -que es lo importante- no sólo a esta comunidad, sino al mismo mundo que no se estanca en la red.
Y en estos decires placenteros, historias que hablan más allá de las historias que cuentan, la Antología de la ciudad sigue extendiendo su panorámica con narradores consagrados y jóvenes escritores, de ahí que el Concilio de Ficticia amplia sus fronteras con tres nombres claves en la literatura mexicana contemporánea, Beatriz Espejo, Manuel Capetillo y Alberto Chimal, además de colaboraciones de siete ficticianos ilustres, Mónica Lavín -que ofrece un adelanto de su próximo libro de cuentos, La isla blanca, que aparecerá en librerías el mes de julio bajo el sello editorial Lectorum-, Marysol Fragoso, Leo Eduardo Mendoza, Julio Ramírez, Jaime Mesa, Juan Manuel González y Marcos Leija.
Tal como sucede mes con mes, asimismo, se invita a toda la comunidad literaria de lengua castellana y a los internautas en general a convertirse en ficticianos quienes todavía no lo son, a continuar creando un gran taller de cuentística en el Puerto Libre, a intercambiar y confrontar conocimientos, ideas u opiniones en el Café Literario, a promover en el Tablero de Anuncios la cultura afuera y adentro de Internet, además de dejar alguna señal de su navegación por Ficticia en el Libro de Visitas.
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