Unk, Noel

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               Dicen que nací en 1978, pero lo dudo. En alguna parte hay memorias de mucho tiempo atrás. Memorias, por ejemplo, de un Dublín soleado y una tarde de cervezas con un tal Leopold Bloom. Recuerdo también una travesía ansiosa y sedienta por el Sur, cargando el ataúd de una mujer junto a sus hijos y su esposo de apellido Bundren. Una tal Blanche se queja de un tal Kowalski mientras comparte un asiento de metro conmigo. A veces, cuando hay luna llena, pienso en la espalda desnuda de una mujer que enciende un cigarrillo en el borde de una cama impregnada de sal y desierto; la mujer, según recuerdo, dice llamarse Justine y, entre jadeos, estar a veces harta de Alejandría. Con los rayos del sol me visita otra mujer, una maga de acento argentino que ensaya trucos de circo después de hacer el amor; "me hace pensar al menos un poco en mi esposo Traveler, así no me siento tan mal al engañarlo", me dice a mitad de una pirueta.

               En ocasiones no sé si en realidad son recuerdos o letras que alguna vez leí sólo para deshojar un libro y ver cómo las hojas se mecían en el mar. Otras tantas veces, me encuentro junto a una taza de café negro, un teclado y una nota perdida de folk: escribiendo. Así fluyen también los recuerdos propios y los de no sé quién que por azares del caos vinieron a dar en mis letras. Muevo los dedos y acomodo párrafos jugando volados con la vida, haciendo pactos con la muerte. Así germinan los cuentos, las raíces de novela, las poesías.

               Vivo para recordar y escribir lo que recuerdo. A veces las páginas que veo nacer se encuentran solas en el mar o en el viento y caen en otras manos que las sueñan. Mi nombre es César Albarrán, tengo 22 años; firmo como Noel Unk, un viejo barbón y taciturno que pasa las tardes bajo un sauce llorón, viendo como crece un hormiguero y muere una flor. En ocasiones el viejo se tira en un parque y, en posición de cruz, cubre su abrigo con migajas de pan para que las palomas coman de él.

               En los días lluviosos las letras se ven reemplazadas por imágenes y el teclado por la cámara de fotografía o cine. Así recuerdo el presente: una anciana cubana, exiliada en Estados Unidos, sonríe perpetua en un negativo; un saxofonista cansado toca sus últimas notas en mi primer reel de película.

               Celebro los viajes y los caminos: el único tiempo y espacio en el que se es. Leo road-novels, escucho road-music, veo road-movies. Me gusta pensar que la vida es un eterna carretera en que se puede ser.

               La Literatura, como la vida o una espalda de mujer, es un camino sinuoso.

               Mientras tanto, escribo en cuadernos negros, la mayoría de los cuales deshojo para tirar al mar.

 

 Sus cuentos en Ficticia:
  Oyendo llover
Valle y Montaña/Hacienda
  Pozos de sombras
Iglesia/Génesis
  Rebozo ceniza
Iglesia/Relicario
  San Martín
Iglesia/Relicario
  Tiempo seco
Metrópoli/Entre Paredes
  Tierra somos
Cementerio/Tumbas
  Yedra blanca
Hotel/Templo del Desamor

 


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Publica por primera vez en Ficticia el: 06/Ene/01